miércoles, 18 de mayo de 2016

Sherlock Holmes visita Barcelona



El 3 de septiembre de 1905 a la una y veinticinco de la tarde, estalló una bomba en la Rambla de las Flores de Barcelona, frente a la calle de la Petxina. Produjo numerosos heridos y dos floristas, las hermanas Rosita y Josefa Rafá Gallart fallecieron. Su entierro fue multitudinario. 

En la edición de la mañana de  La Vanguardia del día 4 de septiembre, aparece la noticia en portada, ampliamente desarrollada: 

“El estallido fue formidable y seguido de gran estrépito producido por la caída de cristales rotos (...) De extremo a extremo de las Ramblas y en las calles afluentes a las mismas, el público echó a correr alocado...”

Parece que estaba cargada de nitroglicerina, conteniendo clavos y trozos de hierro y acero galvanizados, de los que se encontraron bastantes en largo trecho de la Rambla de las Flores.”

Durante los meses siguientes, los atentados anarquistas se sucedieron por toda la Ciudad. Dos años más tarde, en 1907, el dirigente de la Liga Regionalista, Josep Puig i Cadafalch, ante la imposibilidad de que el gobierno pudiera impedir que los grupos anarquistas siguieran poniendo bombas, pidió ayuda a Scotland Yard y contrató al detective Charles Arrow, conocido con el alias del Sherlock Holmes de Barcelona, para que descubriese los responsables de las bombas. Era un policía experimentado y de prestigo. Su contrato, por tres años, fijaba un sueldo total de 2.700 libras esterlinas y un seguro de vida.


Arrow llegó el 21 de julio. Además de su propia policía y de los diferentes cuerpos de seguridad del Estado, la lucha contra los anarquistas había reunido en Barcelona a agentes secretos británicos y franceses. Aquello era un todos contra todos: cada cual colocaba topos en la competencia y usaba soplones que eran, en realidad, agentes dobles o triples. Un lío.

El antiguo detective de Scotland Yard se encontró con un panorama desolador. De las prometidas fuerzas uniformadas y de investigación no había noticias y solo contaba con dos inspectores, cuatro sargentos y treinta agentes para una ciudad con más de medio millón de habitantes. El gobernador civil, Ossorio, le esperaba con las uñas afiladas y el inspector jefe de la policía, Tressols, se la tenía jurada. Tressols –que luego crearía una de las agencias de detectives privados más importantes de España– era un mal enemigo; analfabeto, antiguo basurero y exconfidente de la policía, se hizo con una fortuna exprimiendo a cuantos delincuentes caían en sus manos.



Atizar a Arrow se convirtió en deporte nacional. Le zurraba por igual la prensa catalana y la madrileña, la seria y la de humor –arriba, un recorte de la revista Gedeón que imitaba a un famoso anuncio de agua mineral–. En cada pleno del ayuntamiento barcelonés llovían las críticas a su contratación, como puede leerse en la crónica de febrero de 1909.





Charles Arrow, que no hablaba castellano ni catalán, acabó aislado, comiendo paellas en los baños de la Barceloneta y maldiciendo el día en que pidió la jubilación del Yard tras veintiséis años de servicio. A mediados de 1909 regresó a Londres.

 

Decir que no tuvo éxito en su misión ya que no desubrió quiénes fueron los autores de los atentados.

RHM
 

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