El 3 de
septiembre de 1905 a la una y veinticinco de la tarde, estalló una bomba en la
Rambla de las Flores de Barcelona, frente a la calle de la Petxina. Produjo
numerosos heridos y dos floristas, las hermanas Rosita y Josefa Rafá Gallart
fallecieron. Su entierro fue multitudinario.
En la
edición de la mañana de La Vanguardia
del día 4 de septiembre, aparece la noticia en portada, ampliamente
desarrollada:
“El estallido fue formidable y seguido de gran estrépito producido
por la caída de cristales rotos (...) De extremo a extremo de las Ramblas y en
las calles afluentes a las mismas, el público echó a correr alocado...”
“Parece que estaba cargada de
nitroglicerina, conteniendo clavos y trozos de hierro y acero galvanizados, de
los que se encontraron bastantes en largo trecho de la Rambla de las Flores.”
Durante los meses siguientes, los atentados
anarquistas se sucedieron por toda la Ciudad. Dos años más tarde, en 1907, el dirigente de la Liga
Regionalista, Josep Puig i Cadafalch, ante la imposibilidad de que el gobierno
pudiera impedir que los grupos anarquistas siguieran poniendo bombas, pidió
ayuda a Scotland Yard y contrató al detective Charles Arrow, conocido con el
alias del Sherlock Holmes de Barcelona, para que descubriese los
responsables de las bombas. Era un policía experimentado y de prestigo. Su
contrato, por tres años, fijaba un sueldo total de 2.700 libras esterlinas y un
seguro de vida.
Arrow
llegó el 21 de julio. Además de su propia policía y de los diferentes cuerpos
de seguridad del Estado, la lucha contra los anarquistas había reunido en
Barcelona a agentes secretos británicos y franceses. Aquello era un todos
contra todos: cada cual colocaba topos en la competencia y usaba soplones que
eran, en realidad, agentes dobles o triples. Un lío.
El
antiguo detective de Scotland Yard se encontró con un panorama desolador. De
las prometidas fuerzas uniformadas y de investigación no había noticias y solo
contaba con dos inspectores, cuatro sargentos y treinta agentes para una ciudad
con más de medio millón de habitantes. El gobernador civil, Ossorio, le
esperaba con las uñas afiladas y el inspector jefe de la policía, Tressols, se
la tenía jurada. Tressols –que luego crearía una de las agencias de detectives
privados más importantes de España– era un mal enemigo; analfabeto, antiguo
basurero y exconfidente de la policía, se hizo con una fortuna exprimiendo a
cuantos delincuentes caían en sus manos.
Atizar a
Arrow se convirtió en deporte nacional. Le zurraba por igual la prensa catalana
y la madrileña, la seria y la de humor –arriba, un recorte de la revista Gedeón
que imitaba a un famoso anuncio de agua mineral–. En cada pleno del
ayuntamiento barcelonés llovían las críticas a su contratación, como puede
leerse en la crónica de febrero de 1909.
Charles
Arrow, que no hablaba castellano ni catalán, acabó aislado, comiendo paellas en
los baños de la Barceloneta y maldiciendo el día en que pidió la jubilación del
Yard tras veintiséis años de servicio. A mediados de 1909 regresó a Londres.
Decir
que no tuvo éxito en su misión ya que no desubrió quiénes fueron los autores de
los atentados.
RHM
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