Nos situamos en el año 1908, cuando comenzaron las
obras de apertura de la Via Laietana, para lo cual 85 calles fueron derruidas.
Entre las afectadas encontramos el Carrer de l'Infern, calle que no superaba los dos metros de anchura y que para evitar que entrasen carruajes se tuvo que poner pilones disuasorios.
Se encontraba entre el Carrer Ripoll, conocido como el de los estudiantes por ser la primera calle que acogió una universidad en la ciudad y la Riera de Sant Joan, ambas también desaparecidas.
Su emplazamiento quedaría hoy situado sobre la plaza de Antonio Maura, en la intersección de la Via Laietana con la Avinguda de la Catedral, como se puede comprobar en la foto del año 1908, del Arxiu Fotográfic de Barcelona.
Antoni Vallesca hace mención de esta calle en su libro "Las calles de Baracelona desaparecidas" indicando que su nombre proviene del ruido insoportable provocado por los golpes de martillo sobre los mazos de los herreros que allí tenían sus talleres y que el vecindario comparaba con un infierno.
El trazo rojo en la foto señala el lugar en donde estaba situado el Carrer de l'Infern.
Abajo, el Carrer de l'Infern sobre un plano de la época.
Hay otra versión sobre la procedencia del nombre. La Avenida de la Catedral se llamó antiguamente, cuando no tenía ni la anchura ni la perspectiva de ahora, Carrer Corribia; y más antiguamente de los Cellers, no solo porque estaba la cofraría de taberneros, sino por los establecimientos de este tipo que lo flanqueaban. El más famoso de todos ellos era sin duda el Hostal de l'Infern, que tomaba su nombre del callejón donde se prolongaba la calle dels Cellers.
Estaba situado en el edificio que lleva el número 8 de la actual avenida y era un tétrico establecimiento, una cueva de ladrones donde solía parar el bandolero Joan de Serrallonga, en sus visitas de incógnito a la ciudad.
Pero hay otra versión, sin embargo, que hace mención a una
historia que tuvo lugar hace 400 años y que se ha convertido en una de las
leyendas más famosas de Catalunya: les Calderes
d’en Pere Boter.
Pere Boter, cuyo nombre era Pedro Puertas (Pere
Portes), era un humilde ciudadano de la villa de Tordera, en el Maresme, que el
23 de agosto de 1608, tal y como consta en el acta levantada a propósito de sus
aventuras, tuvo la desagradable sorpresa de recibir la reclamación de una deuda
que ya había pagado. El caso es que el notario que había certificado el pago
había muerto poco tiempo antes y no se había encontrado recibo alguno a nombre
de Pere Portes. Este, desesperado, se lamentaba de su suerte diciendo:
–Així el diable em vulgui acompanyar a parlar amb el maleït notari!
Efectivamente el diablo se le apareció y lo llevó ante Gelmar Bonsoms nombre del citado notario, que se encontraba sufriendo penitencia en el infierno y que en medio del sufrimiento atroz le indicó dónde se encontraba el libro de cuentas en el que se certificaba el pago.
Efectivamente el diablo se le apareció y lo llevó ante Gelmar Bonsoms nombre del citado notario, que se encontraba sufriendo penitencia en el infierno y que en medio del sufrimiento atroz le indicó dónde se encontraba el libro de cuentas en el que se certificaba el pago.
En el infierno, Pedro Botero también tuvo la
oportunidad de contemplar las espantosas torturas a las que eran sometidos los
condenados y reconoció diversas personas de las que allí se chamuscaban.
Acabada la entrevista, Pedro Botero quiso salir de
aquel horrible lugar, pero Satanás se negó en redondo a ayudarlo, aludiendo que
su misión era llevar almas al infierno, no sacarlas de allí.
–Jesús em valgui! –exclamó entonces el
asustado Pere Boter.
Al momento de
pronunciar el nombre divino, se le apareció un hombre vestido de peregrino que
después de entregarle el extremo de un bordón, con la intención que no se
perdiera en la profunda oscuridad, le indicó que le siguiera.
Al cabo de un
momento de caminar, el pobre Pedro sintió cómo el aire refrescaba, la oscuridad
se atenuaba y el murmullo de voces le llegaba de algún punto impreciso por
encima de su cabeza. Y un poco más tarde, se encontró caminando por un callejón
de una gran ciudad, al cual no sabía siquiera cómo había ido a parar. Como su
guía había desaparecido, el hombre se acercó a uno de los muchos caminantes que
paseaban arriba y abajo y le preguntó dónde estaba.
Al día siguiente,
que curiosamente coincidía con la festividad de Todos los Santos, Pere Portes abandonó Barcelona y volvió a su
pueblo, Tordera, donde explicó los extraordinarios acontecimientos que había
vivido. Pero nadie se lo quería creer y todos hacían broma de lo que ya
llamaban las Calderas de Pedro Botero
(Calderes d’en Pere Boter.) Para probar sus palabras, el pobre hombre fue a
buscar el libro de actas allí donde el notario le había indicado. Y lo
encontró. Todo y que demostró que la deuda estaba pagada, la Inquisición la emprendió con él por
todo lo que iba explicando por todas partes del infierno y lo retuvo en la
cárcel de donde salió libre tiempo después, muriendo al cabo de dos años.
Durante sus últimos días, la gente de alrededor le rehuía, pensando que estaba
loco o que estaba hechizado.
Como la salida de esta cueva apareció, según las versiones, en algún punto de esta calle, pasó a llamarse Carrer de l'Infern, por donde salió del infierno el famoso Pedro Botero.
RHM
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